LOS LÍQUENES, TESTIGOS SILENCIOSOS DEL MEDIO AMBIENTE
Habían desaparecido hacia 1896 del centro de París, por efecto conjugado del desarrollo de la industria y del uso del carbón para la calefacción individual. Actualmente, nueve especies de líquenes, vegetales de color verdoso y de formas muy variadas, se aferran con todas sus fuerzas a ciertos árboles, como los castaños de los Jardines de Luxemburgo. ¿Ser  que el aire de la capital francesa se ha vuelto más puro?
Un poco de historia: En 1866, el escandinavo William Nylander confeccionaba una lista de los líquenes presentes en la región parisiense. Este hombre de ciencia fue el primero que relacionó la declinación de estos vegetales con el aumento de la contaminación atmosférica. Los treinta años siguientes confirmaron su tesis: todas las especies de liquen fueron desapareciendo paulatinamente de la Ciudad Luz. Los líquenes, organismos complejos y originales, son el producto de una simbiosis entre un hongo y un alga microscópica. Los filamentos del hongo cobran forma al encontrar las pequeñas algas, a las que recubren de un mucílago protector. Recíprocamente, las algas segregan un azúcar que alimenta al hongo -una cooperación mutuamente provechosa-.
Miles de especies: Hoy se conocen entre 15.000 y 18.000 especies de líquenes, que se reparten en tres categorías: los crustáceos, que se observan sobre rocas o troncos de árboles, en forma de manchas o de costras; los foliáceos, con aspecto de hojas planas; y los fruticulosos, semejantes a tiras o a ramas, que pueden llegar a medir un metro de longitud. Su crecimiento muy lento explica la fuerte concentración de metales y otras sustancias que se observa en ellos. Usados durante largo tiempo en perfumería y para la coloración de ciertos tejidos, son consumidos por los caribúes y los renos en los países de la tundra. Y desde los años '70 se han convertido en indicadores de la contaminación: como absorben la humedad de su entorno, son sumamente sensibles a toda contaminación atmosférica, sea ésta mineral o metálica.
Británicos y franceses: Los ingleses, pioneros en la materia, elaboraron en 1970 las primeras escalas de medida y un m‚todo de reticulado de las zonas estudiadas.
Los investigadores galos, por su parte, han comprobado en estos últimos años una neta mejora cuali y cuantitativa de la flora liquénica en el centro de la región parisiense, y un empeoramiento en la periferia de la misma: los prados y jardines de París, bien regados y protegidos, ostentan los más bellos líquenes. Los científicos esperan terminar rápidamente la cartografía de las 135 especies identificadas en Francia.
Estragos: Es difícil medir el valor y la cantidad exacta de los elementos contaminantes contenidos en los líquenes, o los efectos de la acumulación de contaminaciones (plomo, anhídrido nítrico o dióxido de azufre, por ejemplo). En realidad, estos vegetales son indicadores globales de la contaminación: sólo el enrarecimiento, la desaparición o la multiplicación de sus especies permiten establecer, por comparación, índices de concentración de plomo, de flúor o de dióxido de azufre. Este último (SO2) es particularmente temible: hace estragos en las diversas especies de liquen, especialmente en la "Loboria pulmonaria", bastante común en las latitudes templadas. En menos de seis meses ésta muere y deja el terreno a otras especies como la "Lecanora conizaeoides", más cercana a las algas, que ha invadido Gran Bretaña y que desespera a los liquenólogos.
Desde 1981, el índice de SO2 ha disminuido en más del 50% gracias al desarrollo de la producción de energía no fósil (nuclear, hidroeléctrica, solar, etc.). En consecuencia, los líquenes reaparecen en ciertas grandes ciudades de las que habían desaparecido. Hoy en día, el principal agente de contaminación atmosférica es el plomo despedido por los gases de escape de los automotores. Si bien no provoca la total desaparición de los líquenes, es metódicamente almacenado por éstos. Todavía no se conocen bien sus consecuencias, pues se produce un fenómeno de "latencia o histéresis": el retorno de los líquenes, según las especies, sólo se observa entre tres meses y seis años después de la disminución del índice de contaminación. Por supuesto, la contaminación puede detectarse y medirse mediante sensores especiales, pero éstos son muy onerosos. Los líquenes, en cambio, son gratuitos, y mucho más interesantes de observar...

(C) "L'Actualit‚ en France"; Serie 6. CERIDE