Contacto, para una mejor calidad de vida

"Una imagen vale más que mil palabras", suele decirse. Y en el caso de una caricia...¿cuál sería su equivalente?

Difícil es precisar cuántas, y más aún, cuáles palabras han de pronunciarse para lograr los vastos, profundos y duraderos efectos de una caricia, un gesto tan espontáneo y simple, y también tan olvidado en el ritmo vertiginoso en que transcurre la vida del hombre urbano.

El ser humano, como cualquier organismo viviente, se manifiesta mediante dos tipos de comportamientos: los espontáneos y los adquiridos. Algunas respuestas espontáneas son comunes a otras especies animales, y otras son inherentes a la propia especie. Las respuestas espontáneas son filogenéticamente* las más antiguas, y en consecuencia son relativamente primitivas, pues han permanecido invariables desde su aparición histórica.

Por su parte, las respuestas adquiridas -más nuevas, continuamente variables, y en evolución-, resultan de fenómenos culturales y procesos de aprendizaje. En otras palabras, son respuestas adaptativas a cambios del entorno.

¿Paradoja energética, o la "antieconomía"?
Es notable cómo lo adquirido culturalmente puede, en ocasiones, desjerarquizar, al punto de suprimir inclusive, ciertas respuestas espontáneas e intuitivas, no racionales, pero sí volitivas (que dependen de la voluntad). Esto sucede aun cuando, de no mediar procesos intelectuales que interfieran con mecanismos naturales, podría predecirse que las mismas serán más probables debido a su simpleza (menor complejidad y costo energético). En concreto, hablamos de la sustitución de la caricia por la palabra.
Para explicarlo mejor, hagamos un paralelo con una situación análoga: en general, ante la aparición de una nueva tecnología, se analiza cuándo aplicarla, siguiendo el principio de elegir el medio más sencillo y menos costoso para obtener el resultado requerido. Es decir, la nueva tecnología no se aplica indiscriminadamente. ¿Y en el caso del cuerpo humano? Aquí, el gasto energético que demandan conjuntamente el procesamiento intelectual (a través del sistema nervioso central -SNC-) y la serie de respuestas motoras y glandulares (vía sistema nervioso periférico) que resultan en la producción del habla, es bastante mayor que el consumo de energía involucrado en la contracción de ciertos músculos necesarios para brindar una caricia. Recordemos que el cerebro es el órgano que consume mayor cantidad de energía para funcionar. En tanto, para realizar la acción de acariciar no se requiere procesamiento intelectual ni mnemónico (evocación de recuerdos o memoria).

Habla y tacto: cada uno a lo suyo
El lenguaje surge como avance evolutivo del ser humano respecto de otras especies filogenéticamente inferiores. Y la precisión de la información transmitida mediante el lenguaje es superior, sin dudas, a la transmitida por el tacto.
Sin embargo, no siempre es prioritario ser preciso. En ocasiones, el efecto buscado es que el mensaje transmitido acceda a niveles profundos de la conciencia, quedando esa información allí, registrada ("grabada") o almacenada durante largo tiempo, y que como resultado de su recepción se produzcan efectos fisiológicos múltiples y difusos (no todos conscientes; algunos involucran al sistema nervioso autónomo).

Efectos fisiológicos de las caricias
La comunicación mediante el tacto o contacto entre individuos ejerce efectos "a distancia", tales como la activación y fortalecimiento de la respuesta inmune (las defensas), o la activación del complejo sistema que regula la secreción de hormonas sexuales, entre otros.
La respuesta cardíaca varía, pudiendo incrementarse o disminuir la fuerza y frecuencia de los latidos como respuesta refleja al estímulo táctil. En este caso, el tipo de respuesta varía según la calidad del estímulo (o sea, según el tipo de caricia), y el estado anímico y físico del individuo receptor. Así, por ejemplo, la estimulación a través del sentido del tacto en un individuo debilitado física, emocional y psíquicamente (con disminución del metabolismo general y disminución de ritmos biológicos), favorecerá la respuesta positiva al tratamiento farmacológico indicado. A nivel cardíaco, la estimulación táctil facilitará el aumento de la frecuencia y fuerza de sus latidos en respuesta a la medicación administrada.
Por otra parte, la estimulación táctil en un individuo estresado, angustiado o ansioso (que presenta un marcado incremento del ritmo metabólico, un aumento del volumen-minuto cardíaco, etc.) favorecerá la respuesta a los fármacos administrados -por lo general, relajantes musculares y ansiolíticos-, contribuyendo junto con estos a la distensión de las fibras musculares periféricas y a la disminución del gasto cardíaco. Con ello se facilita la relajación corporal y la descompresión de vasos sanguíneos cerebrales. Como consecuencia de esto último, mejorará la irrigación central, favoreciéndose la recuperación hacia un estado de lucidez y desaceleración mental, imprescindible para el pensamiento crítico y eficaz que conduzca, eventualmente, a identificar los pasos tendientes a resolver y/o eliminar la causa de angustia inicial.

Sentido del tacto: una herramienta terapéutica más
Los estímulos táctiles ejercen indirectamente efectos difusos en el organismo. Hoy se emplean como coadyuvantes de los tratamientos médicos convencionales, especialmente en el tratamiento del estrés, la depresión, en neonatología, para fortalecer el sistema inmunológico, con repercusión a niveles endocrinos (vinculados a glándulas de secreción interna) en los que tienen que ver, por ejemplo, las hormonas sexuales así como aquellas que regulan los niveles de glucemia (**).

Reflexión final
La caricia, bien empleada, es una poderosa herramienta de lenguaje no verbal, para transmitir y/o compartir un estado anímico, expresarse o comunicar un mensaje global, no preciso, cuyos efectos de vasto alcance en todo el organismo, así como en el SNC a nivel de la conciencia profunda y niveles no conscientes, devienen de la naturaleza misma del sentido del tacto y su relación intrínseca con la memoria antigua y profunda del individuo.
Acaso la escasez de tiempo, el temor al ridículo, la falsa identificación con características como debilidad, "inferioridad" o estado primitivo, el potencial perjuicio que pudiere causar a nuestra imagen social, etc., frenan el impulso de acariciar. Muchas son las causas, y también muchas las consecuencias y complicaciones, pues la caricia faltante está, de hecho, ausente, pretendiendo sustituírsela por palabras, objetos, u otros remplazos naturalmente no pertinentes. Esta actitud, culturalmente sostenida, daña en forma progresiva la estructura psicológica de los individuos, y, en consecuencia, deteriora su calidad de vida.

Por la Dra. Matilde Otero-Losada, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet); Capital Federal.

(*) Relativas al origen de las especies y sus relaciones con los grupos biológicos actuales.

(**) Hormonas reguladoras de la glucemia: insulina y glucagon.

Adaptación: Lic. Enrique A. Rabe -Area de Comunicación Social del Centro Regional de Investigación y Desarrollo de Santa Fe (Ceride-Conicet)-.

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